sábado, 14 de junio de 2008

Comienzo


Cruzó la avenida, en la pausa del tráfico, y echó a andar por Florida. Le sacudió los hombros un estremecimiento de frío, y de inmediato la resolución de ser más fuerte que el aire viajero quitó las manos del refugio de los bolsillos, aumentó la curva de su pecho y elevó la cabeza, en una búsqueda divina en el cielo monótono.
¡Por fin supo qué era la libertad! El pecho descomprimido; el llanto ya no la amenazaba; los miedos no la perseguían. La larga espera había terminado. Admiró su paciencia, bendijo sus silencios, aborreció sus ojos tristes y agradeció haber contado con la presencia de ese hombre que con sus brazos la había protegido y con sus besos había hecho más corta la espera.
Se detuvo frente a un puesto de flores obnubilada por los colores. ¿Por qué todo parecía nuevo para ella? Las baldosas, los vendedores ambulantes, los volantes que nadie quiere aceptar, ella los tomaba y los agradecía con una sonrisa. Miró su reflejo durante un rato en una vidriera. Se reconoció, por primera vez, y se gustó. Mucho. Descubrió que todo cambia cuando se dejan los fantasmas de lado y se ubica cada cosa en el lugar que le corresponde.
Siguió caminando cuando de pronto alguien la detuvo. En su andar apurado y algo conmocionado, no reconoció aquella figura en el mar de gente. Recorrió los botones del pesado abrigo azul que llevaba; examinó la camisa blanca, perfecta, y subió por el cuello hasta llegar a los ojos del hombre que con sus brazos la había protegido y con sus besos había acortado la espera.


*Comienzo de Juan Carlos Onetti

viernes, 13 de junio de 2008

El tiempo no para ni va a parar


La lucha contra el tiempo es algo de todos los días. Pasa en todas las ciudades. Son unas pocas privilegiadas las que no padecen este mal.
Lucas camina apurado por la calle pero no sabe a dónde va. Sólo intenta fluir con la gente, con la manada de pies que se mueve al ritmo de las agujas del reloj. Lucas camina, el reloj no para y la gente tampoco. ¿Cómo se hace para bajarse de la montaña rusa de la ciudad? ¿Cómo se hace para vivir sin horarios, citas, minutos y apuro?

Yo no recomiendo frenar porque es probable que nunca más se quieran subir. En la adrenalina del conteo final hay muchos que encuentran la energía para desafiar la vida.
5, 4, 3, 2, 1, 0.
Los pobres números y su connotación tan negativa. Años que nos gustaría esconder, las matemáticas, las famosas y tan odiadas medidas, el peso, las fechas que preferiríamos olvidar. Números. ¿Puede ser que algo tan impersonal y sin vida rija la nuestra?

Lucas se quiere bajar. Se cansó de caminar. No me hace caso y dice que no le importa si nunca más vuelve a subir. Frena. La gente lo choca, lo empuja, lo mira mal. Un marginado social. Uno más del montón que viven al costado del camino y no nos dignamos a mirar. No es fácil ir contra la vorágine del tiempo y la corriente. Como a un niño, la multitud devora a Lucas.
No supe más de él. Un amigo me contó que a veces lo ve dormido en la calle, sacudiéndose como si estuviera soñando pesadillas. Me gustaría verlo. Abrazarlo y decirle que es mi héroe, un mártir de la sociedad.

Mi padre; el emigrante.


Emigrar es una palabra que con siete letras nos hace partir, volar, viajar, despedir. Muchas veces no somos concientes de la cantidad de emigraciones que existen a diario en nuestras vidas. Algunas duelen más que otras, pero todas se llevan algo que nos pertenece.Emigrar no sólo se emigra en un barco, avión o automóvil. Se puede emigrar con la mente, con el alma, con el cuerpo, con la imaginación. Cuando palabras que salen de algún lugar secreto y escondido se vuelven protagonistas de una situación, despidiendo el sentido de las demás palabras, emigramos. Cuando con la mente proyectamos a futuro, estamos emigrando subidos a un barco que poco sabe de vapor, cabos y proas. Cuando una amistad o un amor se deshacen uno emigra. Es otro el mundo en el que vamos a vivir. Un mundo, un país, una ciudad, un vacío, una bronca, un amor, una felicidad… son millones las cosas que dejamos atrás a la hora de emprender un viaje distinto. Mi padre fue siempre un emigrante. Un aventurero apasionado por empaparse las manos de desafíos y navegar en aguas profundas con la intuición como única guía. Siempre me impactó su habilidad para profundizar y emigrar con la mente. Lograba entrar en un silencio de esos que zumban en los oídos. Los ojos fijos en nada. La mirada fija en una ilusión de una tierra virgen que sólo él descubría.Emigró tantas veces de su casa al trabajo y viceversa. Pero hay algo que siempre admiré de él, logró entrelazar el trabajo y su hogar sin confundirlos, pero construyéndolos sobre pilares sólidos de valores y principios.Muchas veces lo vi armar su valija sin saber a dónde emigraría. Sin embargo, la última valija que armó me tuvo más inquieta que las demás. La llenó de cosas. No pude imaginar cuánto pesaría. ¿Sería difícil de llevar? ¿Valdría la pena cargarla? ¿Hacia dónde iba? ¿Podría ir yo también? Allí me quedaba… quieta. Parada. En silencio. Con los ojos fijos en él y la mirada llena de dudas. Lo observé elegir cuidadosamente qué llevar y qué no. Lo miré guardad cosas valiosas y útiles, lo vi envolver piezas frágiles que colocó con cuidado en su valija. Él no parecía notar mi presencia porque estaba ocupado en su valija. No lo veía molesto por tener que armarla, al contrario, se mostraba feliz y satisfecho cada vez que encontraba algo para agregar a esa multitud de pertenencias.Un día noté que la partida se acercaba y lo vi dirigirse a la puerta con su valija en la mano y una sonrisa única. Quise ayudarlo a cargarla y él me dejó sostenerla un momento. Para mi sorpresa era muy liviana. Maravillada abrí el cierre de la valija en secreto y miré dentro. La multitud de objetos intentaba huir desesperada. Estaba llena.Solo allí entendí el sentido del viaje. Solo allí comprendí que se puede emigrar muchas veces, pero sólo una vez uno prepara su valija para emigrar a otra vida totalmente diferente y dejar atrás ese lugar que uno creía seguro y acogedor, descubriendo que no es más que el lugar donde moran las sombras azules del espanto.Ahora sé que el día que yo tenga que armar mi valija, mi padre, el emigrante, me habrá dando la mejor lección de todas: Su ejemplo.

Un secreto de la vida


Brillantes, negros, profundos. Van y vienen constantemente tratando de registrarlo todo. Inquietos. Quieren descubrir qué se esconde detrás de las palabras que no entienden y las conversaciones de las que, todavía, quedan afuera.Los ojos de Francisco siempre desbordan de curiosidad. Hoy, de satisfacción porque descubrió un secreto de la vida. Ese que se escondió en cada rincón durante ocho años. Incluso habiendo sido descuidado y evidente, el secreto seguía sin ser descubierto.Un paso más lejos de la niñez. Un paso más cerca de crecer, de empezar a entenderlo todo (o casi todo). Hoy cayó el velo que mantenía oculto este secreto y con él llegó la responsabilidad de aprender a guardarlo hasta que otros ojos inquietos y curiosos lo atrapen en su escondite de años.Francisco todavía ignora la cantidad de secretos y misterios que tiene la vida. Algunos más escondidos que otros. Refugiados en laberintos de palabras. Esperando ser descubiertos para poder entregarnos la pista que sigue, la pieza del rompecabezas que falta, la respuesta que tanto buscamos.

Reflexión que escribí cuando mi sobrino de 8 años me llamó para contarme que se había enterado de que Papá Noel no existía. "Ya sé un secreto de la vida" me dijo.

Fluir de inconciencia


No hay caricia que me guste más que la de tu voz en mi corazón tierno. Mientras mis manos juegan con tu pelo, las palabras que no digo te besan los párpados y la boca, hasta convertirlos en templos que no me canso de adorar. Todo se vuelve sagrado.Tus manos me conocen y dibujan la obra de arte más perfecta en un lienzo impredecible e irregular. Me dejo asombrar. Disfruto. Espectadora feliz de un arte casual.
No me olvido de tus ojos, esos que me enseñaste a mirar. Los busco en la impaciencia de la oscuridad, y finalmente los encuentro, seguros, desafiantes… enamorados. Los mismos que antes inhibían mis palabras, hoy me vuelven verborragica e imprudente; pero no me avergüenzo porque conozco el efecto de mis miradas, envueltas en sonrisas, sobre ésos, tus ojos.
La sangre corre a toda velocidad. Ahora, los sentimientos también.
Momentos engañosos que no regalan segundos de más. Nosotros dos, borrachos de piel y secretos, brindamos por los besos que solos supimos crear. En silencio, ruego al dios que alguna vez se enamoró, que me bendiga con la eternidad de este mar de sentimientos.
Los relojes, celosos de nuestra indiferencia, nos despiertan la conciencia a golpes. Vulnerables de cuerpo y alma, tanteamos el camino de vuelta a la realidad. La realidad donde tu alma vive cerca de la mía, donde te conozco y te elijo cada centímetro.
Me duermo feliz. Disfruto de la locura que me dejan los juegos que jugamos, allá donde el tiempo no nos importa, allá donde siempre nos encontramos.

Sábados alegres, Domingos tristes


Por lo general los domingos lloro. Siempre hay una razón diferente, pero creo que el “día sagrado” me predispone a las lágrimas. Puede ser que el séptimo día represente el fin y eso me angustie. Puede ser que lo que antes solía ser un día lleno de ruidos y compañía hoy es silencioso y solitario. Pero la vida es un ciclo y ¡hasta los domingos cambian! Espero no estar programando inconcientemente un día para llorar en esta vida con tantos horarios para cumplir. Espero no encasillar nunca los sentimientos, dejarlos fluir como la brisa de este domingo. Dejarlos caer despacio y suaves como este atardecer.
Los domingos tengo los ojos hinchados y las pestañas mojadas. No es falta de sueño, es el derrumbe interno que suelo tener los domingos.