viernes, 18 de julio de 2008

Club de fans

13:00 hrs. Camino hambrienta, un poco cansada por esa vereda que ya conozco de memoria. Descifro los laberintos que se esconden en las grietas de las valdozas, esquivo colegiales, ramas, autos. Pero mi actitud cambia cuando escucho el inconfundible murmullo de estas creaturas de Dios que tanta ansiedad me producen. No son nenes malcriados llorando por algun deseo no complido. No es la mujer que pasa por al lado mío hablando por teléfono un poco absorta de lo que la rodea. Son ellas que como siempre a esta hora, se reúnen a comer y hablar. Cortan el paso y cuando intento (un poco intimidada debo confesar) interrumpirlas y pasar por allí, se alborotan indignadas esperando el momento en que mis pies abandonen su territorio sagrado para volver a lo suyo.
Hace poco conocí al hombre que las convoca. Es un señor de edad avanzada, una persona mayor, un abuelo, un viejo, para ser sincera. Tiene el pelo blanco, como algunas de sus seguidoras, rígido por los productos que usa para poder acomodarlo de tal forma que él mismo crea que aún no se quedó pelado. Lo vi llegar a la casa con una bolsa en la mano. Todas comenzaron a alborotarse, cuchicheaban, se acomodaban para lucir seductoras e inocentes. El las mira con cierto cariño y les dice: "más tarde vengo, vayan a dormir la siesta". Pero ellas no parecen comprender, o al menos disimulan muy bien. Se quedan allí mirándolo fijo, admirándo a su ídolo.
Con un resoplido, vencido por la insistencia de sus fans, mete la mano en la bolsa y saca lo que ellas tanto esperaban. Comienza a mover sus manos ásperas y cansadas con mucha gracia. Ahora llueve sobre las cabezas de el grupo que se agolpa y se empuja desesperadamente. Todas enloquecieron. Él las mira sonrientes y trata de calmarlas diciendo: "hay para todas".
Un verdadero seductor con migajas de pan en los zapatos y una docena de palomas sucias y hambrientas alrededor.
Yo prefiero mirar desde la otra vereda

jueves, 10 de julio de 2008

Mi buena estrella


A veces siento que no quiere venir. Busco alguna correa, alguna soguita, algo para poder atarla y traerla conmigo siempre a donde vaya. El problema es que se me escurre entre los dedos. Se prende y se apaga. Me toca y se va.
Esa es mi buena estrella, un poco malcriada y caprichosa. Jugamos a las escondidas, pero cuando abro los ojos me acuerdo que es muy buena para los escondites. Ahí es cuando me canso de buscarla. Indiferente, camino desafiante sin su compañía.
Arrepentida ella, me toca la espalda con sus dedos largos y flacos. No puedo mirarla a los ojos, me encandila. Me dice que me va a seguir. Yo le creo.