A primera vista: un jardín geométrico con flores rosas, violetas y verdes. Sí, en este jardín las flores también pueden ser verdes. De a poquito caen los pétalos y un otoño impensado desnuda el jardín. Todo cae para dar lugar ahora a una orquesta. Instrumentos de mil tamaños y colores que nunca vi antes, pero melodías que reconozco de mi infancia o de alguna ajena. Bailo y canto al ritmo, despreocupadamente. Hasta que (creo que esta vez fue un viento fuerte del Este) obliga a los músicos y la música a huir despavoridos. Se rompen los vidrios, las maderas se chocan y todos desparecen. Sin embargo no estoy sola; lentos, casi de puntitas, llegan los pececitos de colores nadando. El mar es rosa, pero para ellos y para mí es lo mismo, porque se siente igual de libre y refrescante. Hacen figuras, se esconden, se escapan, van y vienen en una coreografía de escamas y burbujas. Pero dura poco. Ahora no sé bien qué, como si alguien fuera dueño de ese mundo, todo gira despacio hacia la izquierda y cae. Ya no es lo que era. ¿Pero qué viene ahora? ¿Qué sigue?
Un caleidoscopio que admiro pero no comprendo cómo funciona me enseñó que los espejitos de colores duran poco en su lugar y con el más mínimo movimiento cambian la escena. Pero no es el fin, es el comienzo de muchas historias por contar.
Un caleidoscopio que admiro pero no comprendo cómo funciona me enseñó que los espejitos de colores duran poco en su lugar y con el más mínimo movimiento cambian la escena. Pero no es el fin, es el comienzo de muchas historias por contar.
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