martes, 23 de septiembre de 2008

Razón y piel, difícil mezcla

Lo puedo sentir. Es una experiencia rara que no suelo tener todos los días. Algo que cuando me pasa es porque realmente vale la pena. Primero golpea sutilmente en mi cabeza. Si no contesto se acerca a mi oído y le pregunta por mí. Si todavía no encuentra respuesta alguna, se toma el trabajo de viajar hasta el músculo con vida propia que me mantiene viva aún cuando no me entero, aún cuando no lo registro. Ese músculo al que la historia y las culturas le adjudicaron la complicada tarea de amar. Ese mismo que dibujamos tan diferente de cómo es en realidad. Aquel que celebra su asimetría y su función plenamente humana y finita.

Hasta allí viaja mi inquietud, ahora más impaciente que antes. Golpea fuerte insistentemente. La sangre me hierve y la energía acumulada se desprende. Todo comienza a correr a gran velocidad. Lo veo venir, lo puedo sentir. Casi hechizada, la lengua – otro músculo traicionero y sobreestimado – se suelta dando lugar a la verborragia que me desnuda el alma. Una a una se van cayendo los fantasmas, terrores, prejuicios, sentimientos y pasiones que con tanto cuidado me ocupé de tapar.

Completamente vulnerable. Los ojos me delatan, las manos me entregan… las palabras todo lo evidencian.

Espontánea, impulsiva, natural. Otros me llaman loca.

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