domingo, 17 de agosto de 2008

Hoy es noche de función




El telón se sube lento y pesado. Es hora de dar comienzo al espectáculo que tendrá lugar en la noche porteña. Los protagonistas leen el guión, un poco apurados, queriendo saber qué se espera de ellos esta vez. Se encienden las luces. Momento de salir a escena.
Inés se mira en el espejo dudosa. Tuerce un poco la cabeza y se pregunta cuántas veces usó ese pantalón negro. Delinea sus ojos con cuidado abriendo un poco la boca que acaba de pintar de un rojo intenso. Los minutos no la esperan y como el goteo de la ducha, caen uno tras otro haciendo ruido, alterando sentidos. Mira el reloj y pega un salto. Guarda el delineador en la cartera y cierra la puerta con fuerza.
Un poco más tranquilo en su casa, Iván pasea sus dedos por el vaso de cerveza transpirado que todavía está a medio tomar. Puso música pero no la escucha y esto enfurece a Chris Martin que empieza a tocar el piano cada vez con más potencia y logra agudos cada vez más imposibles para la voz humana. Iván repasa las líneas que ya conoce para poder dar un buen espectáculo. Uno más, igual al de la noche anterior. Mira el reloj y se levanta lento de su silla. Deja la botella de cerveza vacía en un costado. Envase que canjeará por otro lleno para poder repetir el preámbulo de todas sus noches sin alteraciones. Chris Martin sigue sonando, esta vez resignado y suave.
Inés estira su mano y las uñas recién pintadas brillan. Un taxi frena y ella se sube. Iván prefiere caminar al ritmo del tintinear de las llaves en su bolsillo. Sobresaltada en el taxi revisa su cartera, sus manos van y vienen por los bolsillos hasta que finalmente se da cuenta que olvidó el guión. No recuerda los diálogos. La idea de improvisar da vueltas en su estómago produciendo una sensación nauseabunda.
2000, 2110, 2345, 2417. “Es acá. ¿Cuánto es?”, pregunta Inés. Se baja del auto y se detiene un momento frente a la puerta del lugar. Mira el reloj. Son las once en punto. Abre la puerta. La obra comenzó, Inés tendrá que tratar de improvisar un personaje que pueda agradar al público de turno. La música suena y lentamente se deja llevar por las melodías que penetran en sus oídos y llegan hasta sus pies.
2417 dice el cartel de la puerta. 2417 dice el papel que Iván guardaba en su bolsillo. Abre rutinariamente la puerta y sale a escena. Interpreta al personaje de maravillas dejando atrás a Iván. Sonríe, saluda y recita los chistes que hacen reír a las mujeres escotadas que lo miran con dobles y triples intenciones. En su andar seguro y desafiante, no percibe la música hasta que se choca con una mujer que baila graciosa en un pantalón negro lo suficientemente ajustado para dejar ver que sus piernas son en verdad frágiles. La observa, pero ella no parece registrarlo. Ella intenta recordar al personaje que le había sido asignado pero lo olvidó por completo. En el cambio de una canción a otra Inés levanta la mirada mientras pasa sus manos por el pelo que comienza a dar signos de calor y energía liberada. Fue en ese momento donde se cruzaron las miradas complementarias y a la vez opuestas de un hombre preparado y una mujer improvisada. El se acerca a ella y a medida que lo hace va olvidando, una a una, las palabras del guión que lo trajo tan desafiante y seguro hasta allí. Es por eso que cuando llega tan cerca de ella que podía oler el perfume que llevaba, se queda en silencio. Inés reconoce que él es el protagonista de la obra de la noche y no lo quiere dejar ir. Iván sabe que se trata de la figura principal por su andar único y su mirada de mujer con ángel. Por primera vez suena la música para Iván que intenta dejar a sus pies improvisar junto a los de la mujer que lo sorprendió en medio de su actuación de todas las noches.
Los protagonistas de la noche caminan y el 2417 va quedando cada vez más atrás. La luna es el reflector perfecto que logra encontrarlos en cada rincón donde se quieran esconder.
El telón se baja. ¿Fin?

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